04 mayo 2014

Visiones de la Tecnología

Si el ámbito de las ciencias está profundamente permeado por los valores masculinos (representativos, según la retórica oficial, de lo humano universal), el de la tecnología e ingenierías aún más. Generalmente se reconoce que éste es un ámbito en el que los valores, habilidades y competencias masculinas se expresan con mayor naturalidad. Si bien es cierto que el número de mujeres profesionales en estos campos se ha incrementado considerablemente en las últimas décadas, siguen siendo una minoría y, sobre todo, aún han de superar más obstáculos para ejercer de forma autorizada a nivel profesional. Las mujeres se encuentran un sistema que, de forma más o menos sutil, las trata como menos competentes, como extrañas.

Mujeres en los sectores y servicios de tecnología media-alta

Dos mitos siguen estructurando las visiones generalizadas en nuestra cultura sobre las mujeres en relación a las tecnologías: las mujeres tienen poca relación con la tecnología, ya que ésta se entiende como conjunto de máquinas o artefactos más o menos sofisticados técnicamente que requieren de habilidades no desarrolladas (o que no son propias) por las mujeres; y las mujeres tienen miedo a la tecnología (lo cual puede ser desarticulado desde la historia de la tecnología y los estudios empíricos actuales).

Cuatro de las programadoras de la Eniac 1964

Las primeras críticas feministas a la tecnología, desde el enfoque liberal, se centraron en la reivindicación del acceso de las mujeres a la ciencia y tecnologías, ámbitos absolutamente masculinizados, aunque en los años 60 y 70 del pasado siglo aún se consideraba que la ciencia y tecnologías eran neutrales con respecto al género y que los episodios de sexismo o androcentrismo eran “corregibles” gracias a una aplicación empírica más rigurosa del método científico. Desde esta perspectiva, las acciones positivas a favor de la presencia de las mujeres en los espacios y escenarios de la práctica tecnocientífica, se convirtieron en la clave reivindicativa más importante. 


La idea de que la ciencia y la tecnología encarnan, o están permeadas, por los valores androcéntricos de la cultura occidental, fue desarrollada por el feminismo más radical y el ecofeminismo. Fue Carolyn Merchant, quien caracterizó el proceso de la Revolución Científica y el nacimiento de la ciencia moderna como un gran programa, explícito en los textos de sus fundadores, de dominación del hombre sobre la naturaleza en beneficio propio. Y, en sintonía también con la interpretación de la Escuela de Frankfurt, un proceso en que se asocia la idea de progreso científico con el surgimiento de la tecnología y los requerimientos de la emergente economía capitalista. El movimiento de mujeres y el movimiento ecologista fueron muy críticos con este modelo de progreso basado en la dominación y explotación de la naturaleza y la asociación progreso-tecnología-capitalismo inherente a este proceso. Las visiones y propuestas ecofeministas de María Mies y Vandana Shiva subrayaron la concepción de la tecnociencia como intrínsecamente patriarcal, más allá de su aparente neutralidad y racionalidad, como un instrumento de la dominación masculina sobre las mujeres y la naturaleza. Así, se ha reivindicado que se subvierta este orden: enfatizando las cualidades femeninas (ética del cuidado, responsabilidad, empatía, relación con la naturaleza y la vida) se sentarían las bases de una ciencia y tecnologías alternativas permeadas y guiadas por valores de cuidado, sostenibilidad y responsabilidad. Estas visiones no están exentas de crítica subrayando que el principal problema de estas corrientes es su esencialismo y su tendencia a presentar a las mujeres como víctimas de la tecnociencia, fomentando cierta tecnofobia o tecnopesimismo. Comparto con Wacjman la apreciación de que:

 “aunque la idea de una tecnología basada en los valores de las mujeres ha perdido gran parte de su impacto, la idea de una tecnología basada en valores diferentes sigue siendo una preocupación válida” (Wacjman, 2006,40)

El proyecto feminista socialista, desarrollado por autoras como Hilary Rose o Sandra Harding surge a raíz de la crítica interna al marxismo debido a su ceguera de género. Con inspiración neomarxista, las autoras que integran este proyecto desarrollaron la idea del privilegio epistémico de las mujeres. Precisamente, afirman, la situación histórica de las mujeres de no privilegio social les permite desarrollar  una visión y construcción teórica de la realidad  más “objetiva”, en una aplicación válida de la dinámica de la dialéctica del amo y el esclavo desarrollada por Hegel. Cuidado, empatía, diferente relación del sujeto-objeto, racionalidad de la responsabilidad, y como dice H. Rose: la habilidad para unir los conocimientos de cerebro, la mano y el corazón, son todos valores desarrollados por las mujeres fruto de la división sexual del trabajo. (Rose, 1987)

En relación a la tecnología, las teóricas neomarxistas pusieron en evidencia el hecho de que la exclusión de las mujeres de aquélla era una consecuencia de la dominación masculina en los trabajos cualificados ya desde el proceso de la Revolución Industrial. Es en el siglo XIX, en relación al desarrollo de la ingeniería y el diseño de grandes máquinas en las que la pericia técnica era necesaria y donde al mismo tiempo la peligrosidad era alta y se requería el uso de la fuerza, cuando se asocian los significados de masculinidad y tecnología. 

Tecnologías-masculinidad

Entendida la Tecnología, además, sólo en relación a las prácticas implicadas en el desarrollo industrial del siglo XIX, y dejando de asociar el concepto a las prácticas relacionadas con las artes aplicadas, o con prácticas domésticas o cotidianas: hilado, transformación de materias básicas en los procesos de alimentación, cultivos, etc. Tal re-significación moderna de la tecnología provocó la desaparición de las mujeres de su ámbito, tanto desde el punto de vista de la práctica real, como el de la asociación simbólica de prácticas, capacidades o habilidades y sujetos en relación a la misma. En el siglo XX tal asociación no hace más que subrayarse, con el añadido de que, aplicando el concepto de Tecnología como ciencia puntera aplicada, las habilidades, capacidades y competencias necesarias en ciencia y tecnología eran las desarrolladas por los varones altamente cualificados formados en las universidades, a las que a las mujeres les estaba vetado el acceso hasta bien entrado el siglo.

Actualmente, la educación, la familia, los medios de comunicación y la cultura en general siguen transmitiendo significados, valores e imágenes que identifican la masculinidad con las máquinas y con las aptitudes adecuadas para las tecnologías. Desde el feminismo socialista, los estudios empíricos que muestran tal relación entre trabajo cualificado, tecnología y masculinidad son muy abundantes, aunque también focalizaron su atención sobre el trabajo no remunerado y las relaciones entre las mujeres y las tecnologías domésticas. Para muchas autoras, resulta obvio que tanto en el trabajo en el ámbito público como en el hogar, la división sexual del trabajo aún sigue apartando a las mujeres del control de las tecnologías. Los trabajos de Cynthia Cockburn, Ann Oakley o Ruth Schwartz Cowan son ya clásicos de referencia obligada en esta línea de investigación.

Tal como señala Judy Wajcman, siendo autocrítica con su propio trabajo inicial en la línea de la crítica neomarxista a la tecnología, estos estudios de los ochenta y comienzos de los noventa tendían a mostrar cómo los desarrollos tecnológicos contribuían a perpetuar e incluso consolidar aún más las jerarquías de género. Obviamente, estos trabajos son muy relevantes desde la perspectiva de género ya que contribuyeron a visualizar detalladamente la dinámica de la asociación de significados entre poder tecnocientífico y masculinidad y entre usuarios pasivos de la tecnología y mujeres, significados que permeaban el proceso de diseño tecnológico desde las primeras etapas. Pero pecaban de una concepción un tanto estática o rígida de la tecnología ya que se consideraba a ésta como un instrumento, aún más poderoso si cabe que los utilizados hasta el momento, al servicio del control patriarcal de la sociedad.

El proceso de construcción tecnológica no puede ser entendido como un proceso lineal, simplista, producto de la mera aplicación de la lógica racional deductiva. Por el contrario, los procesos de decisión implicados son complejos, las alternativas no siempre aparecen nítidamente dibujadas, y el papel de los valores de los sujetos implicados es central. Desde la perspectiva constructivista se ha avanzado en la consideración de que la ciencia y la tecnología son actividades sociales, y sensibles, por tanto, a los valores que  las guían, estructuran y dotan de significados. Pero a pesar de estos avances críticos, la ciencia y la tecnología siguen siendo ámbitos profundamente configurados y permeados por valores asociados a la imagen social del varón con alta cualificación y habilidades técnicas.  Y puede observarse que: “las actividades realizadas por mujeres, con independencia de su complejidad, tienden a considerarse poco relevantes desde el punto de vista tecnológico, y cuando un objeto tecnológico se feminiza, pierde valor”. (Castaño, 2005, 33)


Los estudios feministas más actuales inciden en el hecho de que tanto la construcción de los géneros como el proceso de construcción de la ciencia y la tecnología son mutuamente constitutivos. Los significados no están dados previamente, sino que se van configurando, elaborando en el propio proceso constructivo. Una de las influencias más notables en esta redirección de la crítica feminista de la tecnología ha sido sin lugar a dudas el trabajo de Judith Butler, quien defendió la “performatividad” del género, la idea de que los géneros y sus límites son variables, son establecidos en un contexto histórico determinado de relaciones, valores y significados y que, por lo tanto, nada tiene que ver con una clasificación fija que refleje la única realidad posible, la de los dos sexos, según la interpretación tradicional. El género es una realización (performance) que se construye en interacción social y de manera contextual, de ahí su plasticidad y movilidad.

Por su parte, una concepción actual de la tecnología desarrollada por los estudios multidisciplinares sobre la tecnología, olvidados los enfoques deterministas y lineales de la misma, también señalan a ésta como un proceso altamente constructivo y permeable a los valores e intereses del contexto y de los grupos relevantes implicados en su diseño, promoción y desarrollo. Son muchas las teóricas que han advertido cómo los estudios críticos y sociales de la ciencia apenas han atendido al papel de los significados de género y la presencia persistente de los estereotipos de género en el proceso de conformación o “performatividad” de la tecnología. Es más, la invisibilidad de la perspectiva y la categoría de género en la mayor parte de los estudios sociológicos y culturales de la ciencia y la tecnología es más que evidente.

Si la tecnología, como se desprende de los estudios constructivistas, debe entenderse como un producto social al tiempo que contingente, ya que se conforma en el propio “hacer” continuo, imprevisible en gran medida debido a su “flexibilidad interpretativa” que hace que sus usos y efectos sean a veces no esperados; y si la sociedad, y la construcción social de los géneros, sus posibilidades de subversión o transformación, son tan plásticas e igualmente conformadas en el proceso del hacer, las posibilidades de la acción transformadora tecnofeminista son muy amplias.

Women in ICT. European commission

Ser conscientes de cómo las tecnologías de todo tipo están codificadas con significados de género que conforman su diseño y usos es el primer paso; el segundo, dada la plasticidad y flexibilidad interpretativa, es el de la acción para plasmar o incorporar a este proceso constructivo otros valores, defendibles por todos y todas. Para ello, el viejo proyecto del feminismo liberal está siendo objeto de reivindicación en la actualidad. Esto es, el mecanismo esencial para que se considere las perspectivas, intereses y necesidades de las mujeres y otros colectivos en la práctica científica y tecnológica es el de formar parte activa de las redes sociotécnicas, ser agentes activos del proceso conformador de la tecnociencia y la sociedad, agentes guiados por valores democráticos, de equidad, responsabilidad y sostenibilidad. Como nos recuerda Haraway:

 «La democracia tecnocientífica no significa necesariamente una política antimercado y, ciertamente, no una política anticiencia. Pero tal democracia sí precisa una política científica crítica a un nivel nacional, así como en otros muchos tipos de niveles locales. ‘Crítico’ quiere decir evaluativo, público, multiactor, multiagenda, orientado a la igualdad y heterogeneidad del ser humano». (Haraway, 1997, 95)



Referencias:
J. Butler (1990), El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Paidós,  2001.
M. Mies y V. Shiva (1993), Ecofeminismo. Icaria, Barcelona, 1997
M. Mies y V. Shiva, La praxis del Ecofeminismo. Icaria, 1998.
D. Haraway, Modest_Witness@Second_Millenium.FemaleMan@_Meets_Onco Mouse tm: Feminism and Technoscience, Routledge, New York, 1997.
J. Wacjman, Feminism Confronts Technology. The Pennsylvania State University Press, 1991
J. Wajcman (2004), El tecnofeminismo. Cátedra, Feminismos, 2006
C. Castaño, Las mujeres y las tecnologías de la información. Alianza Editorial, 2005.
H. Rose, «Hand, Brain and Heart: A Feminist Epistemology for the Natural Sciences», en S. Harding y O’Barr (eds.), Sex and Scientific Inquiry. Chicago University Press, 1987, pp. 265-82.
C. Cockburn y S. Ormrod, Gender and Technology in the Making. Sage, London, 1993
R. S. Cowan, More Work for Mother: The Ironies of Household Technology from the Open Hearth to the Microwave. Basic Books, New York, 1983

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