Fuente: Internet |
Releo estos días a Feyerabend para preparar otra conferencia e inevitablemente los textos, las ideas, convergen. Como si fuera tomando vida propia y por encima de mis esfuerzos por dotar de una estructura lógica y racional al texto, donde cada parte y argumento suponga una profundización o derivación de lo anterior, el anarquismo hace presencia. Las ideas se yuxtaponen, nuevas búsquedas de información me llevan a tirar de otros hilos y nuevas conexiones inesperadas surgen. Y las palabras de Feyerabend vuelven a atraparme y me arrastran: “la ciencia es una empresa esencialmente anarquista, el anarquismo teórico es más humanista y más adecuado para estimular el progreso que sus alternativas basadas en la ley y en el orden” (Contra el Método (1975), 2007, 1).
El laberinto de interacciones que trazan los tres conceptos: Epistemología, Ciberespacio y Género es imposible de abordar con las ingenuas y lineales leyes o pautas de una razón que busque establecer respuestas definitivas o bien delimitadas. La comprensión quedaría restringida, el lenguaje yerto y la imaginación atenazada. Solo quebrando las reglas metodológicas, infringiendo la norma, imaginando otros mundos, es posible avanzar. Cuando eliminamos del lenguaje, dice Feyerabend, aquellos significados profundos pero ya putrefactos que ha ido acumulando a lo largo de los siglos, como el de la búsqueda de la verdad, la idea de un método fijo o una teoría fija de la racionalidad, advertimos que el conocimiento no consiste en un acercamiento gradual a la verdad, por el contrario, es un océano, siempre en aumento, de alternativas incompatibles entre sí. (CM, 14) Y continúa: “expertos y profanos, profesionales y diletantes, forjadores de utopías y mentirosos, todos ellos están invitados a participar en el debate y a contribuir al enriquecimiento de la cultura” (CM,15).
Pareciera que Feyerabend imagina ya el Ciberespacio, ese
nuevo “hogar de la mente” como lo definió John Perry Barlow en la “Declaración
de independencia del ciberespacio” de 1996. No es la primera vez que se utiliza
el término, es en 1984 cuando W. Gibson en la novela Neuromante juega
con el concepto:
El ciberespacio. Una alucinación consensual experimentada diariamente por
billones de legítimos operadores, en todas las naciones, por niños a quienes se
enseña altos conceptos matemáticos... Una representación gráfica de la
información abstraída de los bancos de todos los ordenadores del sistema
humano. Una complejidad inimaginable. Líneas de luz clasificadas en el
no-espacio de la mente, conglomerados y constelaciones de información. Como las
luces de una ciudad que se aleja...
Propongo, pues, una exploración
anarquista, en el sentido de Feyerabend, del conocimiento en el ciberespacio
como núcleo de la creación cultural contemporánea y desde la perspectiva de
género, dejando que ideas, teorías, interpretaciones, valores, razones y emociones
tiñan el lenguaje y la visión del mundo resultante. No es esta una visión
postmoderna, o no del todo, pero sí humanista: la pregunta por los sujetos de
conocimiento, por el soporte mental y material de nuestras representaciones del
mundo, por el papel de la razón y la imaginación y la denuncia de la exclusión
intolerable de las mujeres de las prácticas de co-producción de los
significados que conforman nuestra cultura, cualquier cultura, ocupan el
espacio de mi maleta en esta propuesta de viaje.
Sobre los sujetos en las epistemologías
feministas. Para las teóricas del empirismo feminista el
sujeto de conocimiento (hombres y mujeres que deberían ocupar por igual los
espacios del conocimiento), inserto en comunidades y en un contexto que
determina por medio de procesos sociales cuáles son los conocimientos aceptados
como adecuados a través del proceso de la crítica intersubjetiva, el sujeto es
plural, y el conocimiento es social en ese sentido. Para las teóricas del punto
de vista feminista el privilegio epistémico está en manos de las
mujeres. Su posición subordinada en la sociedad la sitúa en un espacio de
desinterés por defender contenidos y procesos que la excluyen desarrollando así
una visión más objetiva en tanto proporcionada desde la distancia y perspectiva
adecuada. Finalmente, el postmodernismo señala las
deficiencias de esta visión sobre las mujeres y el conocimiento subrayando la
realidad de los sujetos actuales: hombres y mujeres con identidades parciales,
situadas, en constante cambio y construcción.
La riqueza de estas visiones deja atrás el
sujeto (abstracto, ideal, masculino) de conocimiento de la tradición moderna,
olvidada también (no de manera universal) la imagen de un proceso de
construcción del conocimiento neutral, objetivo y libre de valores. Tal ficción
no existe, sólo existió en los textos y en la retórica triunfante de una
ciencia, una cultura, que siempre excluyó e infravaloró la presencia de las
mujeres en el conocimiento. La preocupación por el sujeto de conocimiento, por
el espacio, en tanto juego de centros y periferias y la conveniencia de la
distancia y perspectiva es central en las epistemologías feministas. Pero no
suele incluirse en estas preocupaciones epistemológicas un estudio de los
soportes del conocimiento y cómo determina este nuestro aprendizaje y el status
que le otorgamos a esos conocimientos.
Del conocimiento estructurado al
conocimiento hipervinculado. Si el gran proyecto del
saber de la modernidad lo constituyó el proyecto de la Enciclopedia
de Diderot y D’Alambert y el objetivo de sistematizar los conocimientos, y
presentarlos de forma completamente articulada conforme a los criterios de la
razón, el conocimiento en el ciberespacio actual es hipervinculado, promoviendo
la imaginación y creatividad. Es una estructura que tiene un potencial enorme
al incluir datos de cualquier índole: lo verbal, lo visual y lo sonoro
incrustados en el mismo espacio como un sistema semiótico integral. La
organización hipertextual, sin embargo, se manifiesta abierta, no lineal,
“caótica”, sin centros ni periferias. (Sorokina).
Planchas de la Enciclopedia |
El sujeto construye sus rutas de navegación, espontáneas y diferentes (cuantas veces no tenemos la experiencia de ser incapaces de reconstruir una ruta exploratoria de cualquier tema). Experiencias únicas de secuencias de información, de relaciones imprevistas y que conforman una experiencia cognitiva y emocional única. Mapas y representaciones de la realidad que el sujeto activo construye y recrea. También está pemitido crear ficciones, desde valores y visiones del mundo diferentes a las ortodoxas, características de la libertad del pensar desde la periferia.
Sabemos que la ciencia, el conocimiento en
general, elabora modelos, representaciones que cartografían la realidad
y que nos ofrecen mapas del mundo en los que observamos, si miramos
atentamente, las claves y códigos de nuestra cultura, las convenciones y los
valores del contexto en el que son diseñados. En realidad, la
representación cumple con su función sólo si aceptamos una cierta
interpretación basada en una serie de códigos de reconocimiento (visuales,
simbólicos, culturales) que aceptamos como válidos o adecuados, con los que
compartimos un modo de ver y percibir el mundo y que nos
permite actuar. El nivel de constructivismo de estos códigos es muy alto.
Además, la representación también implica la intencionalidad de los
agentes como elemento imprescindible.
No estoy situándome en terreno
relativista, no, estas representaciones son empíricamente adecuadas, nos
ofrecen información sobre los fenómenos y comprendemos mejor el mundo objeto de
nuestra curiosidad científica. Pero no es menos cierto que estos modelos y
representaciones están insertas en esquemas conceptuales más amplios que
ofrecen imágenes del mundo, son contextuales y responden a valores e intereses
históricos.
Creamos mundos, somos hacedores de mapas,
“mapmakers”. Y el espacio de construcción social y
difusión de los conocimientos, de significados y cultura hoy es el
ciberespacio. Y fue el ciberfeminismo, heredero del posmodernismo de D.
Haraway, con autoras como Sadie Plant, la autora de ceros+unos la que propició
una época de optimismo con respecto a la posibilidad, ahora sí, de que las
mujeres, las personas con valores e intereses diferentes a los dominantes
construyeran en un espacio cuyas características permiten la libertad para
crear, quebrar significados petrificados y diseñar nuevas y liberadoras
asociaciones de ideas. Porque nuestras utopías y exploraciones pueden
encontrarse ahora, como afirma Sadie Plant, en el espacio no jerarquizado,
democrático, del paisaje digital. El ciberespacio se presentó como la
oportunidad radical de cambiar las cosas, no porque desaparecieran los cuerpos
sino por las posibilidades de construir cultura sin que importe el juego de
centro-periferia. Como señalaron Faith Wilding y el Critical Art Ensemble en un
estudio sobre el ciberfeminismo:
El territorio del ciberfeminismo es
extenso. Los objetivos de su lucha son el ciberespacio, el diseño industrial y
la educación: es decir, todos aquellos campos en los que el proceso tecnológico
presenta un sesgo sexista por el cual se excluye a las mujeres de las
posiciones de poder dentro de la tecocultura.
Pero a pesar del optimismo de los
ciberfeminismos lo cierto es que las mujeres son desalojadas de la producción
de contenidos, más aún después de la publicación de ese texto escrito a finales
de los 90. Las claves de la construcción de contenidos de todo tipo en el
ciberespacio, sigue siendo eminentemente androcéntrica pero se ocultan ante la
aparente democratización y accesibilidad a todos los contenidos, algo
profundamente engañoso. Desde el punto de vista de la construcción y
representación de los conocimientos los constructores de mapas siguen siendo
hombres que seleccionan en función de sus valores, objetivos e intereses.
El “éxodo”, como lo
califican algunos, de las mujeres del ámbito de la informática y que yo defino
como “desalojo” es interpretado por aquellos como el resultado
de las libres elecciones de las mujeres que tienen ahora otras preferencias,
gustos e intereses. La realidad es que más de la mitad de las mujeres que
trabaja en los ámbitos y profesiones informáticas abandona presionadas y
obligadas por un ambiente de trabajo machista (macho work environments),
gran aislamiento y presiones de trabajo extremas. Esta pérdida de la presencia
de las mujeres en el núcleo de la creación informática es no sólo una gran
pérdida del talento desarrollado sino un desalojo del núcleo de la
creación de significados, artefactos y representaciones de nuestra tecnocultura
actual.
La imaginación tecnológica abre nuevas e insospechadas posibilidades culturales y democráticas.
Coincido con algunas críticas en que la educación en la imaginación tecnológica
no es trabajo de los ingenieros y científicos en computación, es una cuestión
eminentemente humanística, de las humanidades implicadas con las tecnologías
digitales, tanto para desarrollar análisis teóricos y una comprensión más
profunda acerca de las claves de nuestra tecnocultura actual, como para
imaginar nuevas posibilidades de expresión, representaciones del mundo y
construcción de proyectos liberadores de futuro. La creación
imaginativa de las narrativas y representaciones requiere de la
participación de las mujeres conscientes de la relevancia de este proceso. Y
requiere de una mayor formación crítica de toda la ciudadanía para advertir los
mundos de significados que recorremos en nuestras rutas de navegación.
La comprensión humanística de esas
narrativas, mitos, valores, nuevos significados y afirmaciones que
reclaman el estatus de verdad en el mundo de la tecnocultura, y especialmente
el ciberespacio, requiere de la categoría género y de la acción crítica
constante ante las reelaboraciones y resistencias a la presencia de las mujeres
y valores diferentes en el espacio privilegiado de la construcción de
los mapas que guían nuestros pasos, orientan nuestros proyectos y definen el
espacio de lo imaginable. Representaciones visuales, narrativas,
ficciones, codifican nuevas relaciones sociales y con el mundo. Debemos
ser, por ello, activas co-productoras de los significados que pueblan el
ciberespacio y dan forma a nuestra cultura.
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