29 marzo 2020

¿Qué, cómo y para qué contar? Reflexiones filosóficas en tiempos del coronavirus








Tengo un amigo que, cuando enzarzados en un debate apasionado o polémico sobre cualquier tema, suele parar la conversación y decirme: define tal o cual concepto. Es la pausa necesaria para clarificar los matices semánticos, los límites y alcance de lo que se habla, las interpretaciones en juego. De esa manera explicitamos en la conversación el conjunto de supuestos, perspectivas o valores implicados, y el debate es fructífero. Definamos.

En los tiempos del coronavirus nos hemos acostumbrado rápidamente a despertarnos con las cifras oficiales de infectados y muertos. Y ya hemos asimilado todas las explicaciones de las proyecciones de la evolución de la pandemia, cuya base científica son las curvas resultantes de representar en una gráfica, gracias a las funciones matemáticas adecuadas, el número de afectados, de hospitalizados, en planta o en UCI, el número de fallecimientos y el de curados. El gráfico es de mayor calidad si situamos el momento del confinamiento de la ciudadanía y se calcula la evolución en función de los días que tarda el virus en instalarse en nuestros pulmones y ofrecer los ya conocidos síntomas con mayor o menor gravedad según edad, sexo o estado del sistema inmune. Nos explican por qué la necesidad de “aplanar la curva” a efectos de evitar el colapso del sistema de salud. La urgencia por situar el “pico de la curva” en un día concreto cuando se alcance ese temido dato numérico que significaría también, de forma esperanzada, el comienzo de la solución del problema. Y nos ofrecen comparativas con otros países, lo cual no nos sirvió para apresurarnos a actuar cuando asistíamos incrédulos a las imágenes de China o Italia, pero que parecen querernos decir: ¡ojo! ¡que otros están peor! O: ¡vaya! Pero, ¿por qué nuestro país está tan mal en comparación con otros? Y, ¡sorpresa! Es algo que está aún por confirmar, pero parece que hay indicios suficientes de que nuestros amigos europeos han decidido representar en sus gráficas los datos recogidos según diferentes criterios. ¿Cómo? ¿Es que esto se puede decidir? ¿No hay un mismo criterio para contar a nuestros muertos? Y caemos en la cuenta de que hemos sido ingenuos al pensar que estábamos todos en el mismo barco. 


El coloreado gráfico que nos acompaña en nuestros desayunos, y en el de la clase política, se topa antes o después con lo evidente: que los meros datos matemáticos, por muy sofisticadas que sean nuestras funciones, no pueden representar más que aquello que puede medirse y contarse. Y que lo que puede medirse va acompañado siempre de una reflexión previa sobre lo que ha de medirse y con qué objetivos se mide lo que se mide y con qué sistema de medida. Teniendo en cuenta también que esto está sujeto a controversia y debateLecciones básicas de la reflexión histórica y filosófica sobre la ciencia, y no puedo más que sentirme aún más implicada.

Como profesora de Filosofía de la Ciencia de la ULL que soy, no puedo más que seguir echando de menos las conversaciones y agudos análisis de mi tutor de tesis y compañero de departamento Jesús Sánchez. Imagino que me recordaría algunas de las imprescindibles lecturas sobre nuestra disciplina. Y yo le comentaría que la vigencia de autores como Van Fraassen, uno de mis filósofos de cabecera, es completa. 

El carácter de los fenómenos, la naturaleza de los hechos, los procedimientos de recogida, selección e interpretación de datos, la naturaleza probabilística de las explicaciones causales, el papel de las generalizaciones, la naturaleza de las representaciones científicas, sean modelos abstractos o gráficas, configuran el kit básico de conceptos y problemas a definir antes o después cuando hablamos de ciencia. Una gráfica es una representación, que exige un proceso de selección y recogida de datos, y procesos de toma de decisión en función de objetivos trazados. No es una fotografía de la realidad, es un instrumento que utiliza una función logística para ofrecer una curva de crecimiento de una magnitud, dados unos parámetros iniciales. Primero es exponencial, luego, debido a algún recurso crítico (confinamiento, aislamiento social y curaciones, en este caso), la tasa de crecimiento disminuye y finalmente se detiene. Nuestra representación será precisa desde el punto de vista matemático (aunque siempre habrá un rango de valores sobre los que decidir en esa pendiente de la curva), será más o menos parcial y tentativa, más o menos adecuada a la situación real modelizada, nos da una visión lineal o logarítmica de la evolución, pero no nos proporcionará más. 

La gráfica no nos dirá si son acertadas las decisiones técnicas acerca de qué representar y cómo, o si es adecuada o no la comparación cuando no hay garantías de que las mismas estén guiadas por los mismos criterios. Es casi seguro que los registros de número de contagios, tasa de hospitalización y motivo de la misma, causa de fallecimiento, etc., no sean equiparables. Hay quien propone diferenciar entre muertos con coronavirus y muertos por coronavirus, o contar sólo a los muertos en hospitales. Y lo cierto es que no sabemos cuál es el criterio por el que en algunas zonas se realizan más pruebas que en otras, lo que hace que la extrañeza ante las diferencias observadas en esa foto fija diaria del número oficial de afectados por localidades nos induzca a preguntarnos por las razones de ello. Esto debemos hacerlo nosotros y nos exige dirigir la mirada a otras disciplinas, ideas y perspectivas. Y como en cualquier situación en que queramos hacernos una idea más completa de un problema humano complejo, debemos acudir también a las disciplinas sociales y humanísticas.

Estamos en una seria encrucijada. Las gráficas nos ayudan a tomar decisiones, siempre y cuando seamos conscientes de para qué valen y cuál es el ámbito de su aplicación. Ahora va a ser más necesaria que nunca una seria reflexión sobre nuestro modelo económico y productivo, sobre nuestra estructura social, sobre la persistencia y el agravamiento de las desigualdades, sobre la vulnerabilidad física y emocional de los seres humanos… y no de forma teórica y académica, sino con la voluntad de poner en práctica las agendas que vienen desarrollándose en las últimas décadas y que ya señalan los principales problemas en los que centrar nuestros esfuerzos a nivel global y en nuestras islas. Es el momento de actuar responsablemente y de contar con el enorme potencial de la ciencia y la tecnología, con las expertas y expertos en ciencias sociales y humanidades, con nuestras universidades e institutos y centros de investigación para diseñar de verdad nuestro futuro, uno sostenible e igualitario y cuyos procesos de tomas de decisión estén guiados por el conocimiento.  

Vivimos es un territorio fragmentado, alejado del país y el contexto que nos financia, y hemos estado demasiado tiempo pensando que nos solucionarían el problema, hemos apostado por el monocultivo del turismo sin que nadie haya podido contestar a la pregunta: ¿es realmente “nuestra” industria?, mientras aceptábamos complacientes las noticias sobre el incremento de visitantes y los porcentajes elevados de ocupación de nuestros hoteles. Ahora están vacíos. Y probablemente volverán a llenarse, después de haber perdido gran parte del, de todas formas, pírrico porcentaje del pastel que quedaba en las islas. Y seríamos muy irresponsables si no aprendiéramos la lección.  Hemos olvidado a menudo las voces que reclamaban una verdadera diversificación de nuestra economía, hemos mirado hacia otro lado cuando se han planteado otras opciones porque no hemos otorgado autoridad a esas voces y hemos preferido las soluciones cortoplacistas. Hemos considerado que la inversión en ciencia y tecnología no era tan necesaria, y hemos permitido que grupos relevantes a nivel internacional dejaran aparcados proyectos ambiciosos en biotecnologías, TICs, Ingenierías, ciencias sociales y humanas… debido a la falta de interés, o peor aún, a viejos prejuicios persistentes acerca del personal académico e investigador.  

Y mientras el paro siguió subiendo, nuestros niños y jóvenes estudian en aulas que hubiesen requerido desde hace muchos años de más inversión, miles necesitan que les ayudemos para que dispongan de comida, sufrimos de una fuerte brecha digital y amontonamos voluntarismo sin dirección. Todo lo cual acaba consolidando, como también me señala mi apreciado Rafael Alonso Solís, una estructura de generación y aplicación del conocimiento tremendamente endeble, sin capacidad para tener impacto significativo sobre los mismos problemas que se identifican como prioritarios, escasamente eficaces para educar adecuadamente a la sociedad, e inútiles para enfrentarse a los retos y a los problemas que van a manifestarse en los próximos años, entre los que la aparición de pandemias, las migraciones desde los países más castigados de África y las imprevisible amenazas relacionadas con el cambio climático con algunos ejemplos. 

Las gráficas de situación y evolución de la pandemia son necesarias, siempre que las entendamos como una representación de unos datos cuyos criterios de selección pueden ser sometidos al análisis y su relevancia evaluada. No son la panacea, son parte de un proceso de análisis del mundo en que el diálogo interdisciplinar se hace cada vez más necesario. La población afectada por el coronavirus es el 100%, unos requerirán hospitalización y por eso debemos defender una sanidad pública mejor financiada, otros seguirán trabajando desde casa durante un tiempo aún incierto porque debemos proteger a nuestros mayores y más vulnerables, otros deben seguir aprendiendo y formándose en las nuevas circunstancias, pero de una u otra forma todos estamos afectados. Y antes o después caeremos en la cuenta de que el futuro no se improvisa, no se parchea, se diseña y planifica, se gestiona y se llevan a la práctica las ideas que conforman una agenda verdaderamente democrática, igualitaria, sostenible y basada en el conocimiento. Es la única solución. 

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