La
imagen de la ciencia como actividad objetiva, racional y neutral, inmune a los valores
culturales y sociales, y regida por criterios de cientificidad considerados seguros e inmutables, proviene fundamentalmente del carácter de la demostración
matemática. La ciencia usa un lenguaje preciso, somete a prueba sus
afirmaciones, demuestra matemáticamente sus hipótesis. Y en aquellos casos en
que se advierte la presencia de sesgos o intereses, constituyen un buen ejemplo de
‘mala ciencia’ que la propia ciencia debe sancionar y rechazar. Es cierto que
la práctica científica tiene sus propios
filtros, pero no es menos cierto que incluso las matemáticas reflejan, si
observamos detenidamente la cuestión, los valores de la cultura y momento
histórico en que se desarrollan muchos de sus presupuestos. Así, podemos
preguntarnos por qué diferentes sociedades o civilizaciones han tenido
diferentes versiones de las matemáticas, pero también cuándo y por qué surge la
cuestión de la probabilidad, o el cálculo infinitesimal, a qué problemas daban
respuesta estos desarrollos matemáticos y otros más recientes y qué valores
reflejan. Las matemáticas son también, en gran medida, contextuales.