21 agosto 2020

Lady Mary Wortley Montagu. Sobre relatos de viajes, virus y vacunas



Releo las “Cartas desde Estambul” de la mujer que, con marcas en la cara y sin pestañas, tras sufrir en 1715 el mal que mataba a un porcentaje amplio de la población en Europa, o les dejaba profundas marcas, ceguera u otros daños orgánicos de por vida, observó y divulgó la práctica de la inoculación del virus como medida de prevención de la viruela. Apenas reconocida, murió un día como hoy, 21 de agosto, en 1762. 

Lady Mary Montagu, aristócrata inglesa nacida en 1689, disfruta, como era habitual en las mujeres de clases altas, de una cuidada educación: literatura, lenguas clásicas, música, avances de la nueva ciencia… con el objetivo de convertirse en mujeres bien casadas, capaces de amenizar una buena reunión y guiar la educación de los hijos. Pero Lady Mary no acepta el destino trazado para ella por su padre y en 1712 huye con su amado Edward Wortley Montagu, con quien se casa.  Cercano a la corte, permite a Lady Mary acceder a los círculos sociales y culturales de Londres, amiga de miembros de la realeza como la princesa de Gales, el afamado traductor de Homero, Alexander Pope, y otros destacados miembros de las sociedades científicas y literarias, en las que es reconocida por su erudición y carácter crítico. Wortley es nombrado embajador en la corte del entonces imperio otomano y viaja con su familia hasta la lejana ciudad de Estambul. Mary Montagu inicia una correspondencia regular con su hermana, amigas y otros reconocidos personajes de la sociedad inglesa, incluida la princesa de Gales, en la que relata todas las costumbres y características de los países recorridos en su viaje, y de las ciudades del imperio en las que reside, en lo que constituye un magnífico ejemplo de la literatura de viajes.
 
Un año después de su muerte aparecen publicadas las Embassy letters. Una edición que ella misma encarga, tras haberlas recopilado todas, a su amigo Horace Walpole, sabiendo próximo su final debido a un cáncer de mama. No hacía mucho que había regresado a Inglaterra, después de dos décadas de vida nómada por Italia y Francia. Comenzaba su última aventura al recalar en Venecia para vivir su amor con Francesco Algarotti, el afamado autor de Il newtonianismo per la dame, amigo de Voltaire y Mme du Châtelet, quien finalmente prefirió la compañía de Federico de Prusia. Reconocida y admirada en toda Europa, se aseguró de que sus cartas desde Estambul fueran divulgadas.
 
El propio Voltaire alabó la calidad literaria de las mismas y, de forma entusiasta, difundió la obra de su admirada amiga por Europa. El relato de los detalles de la vida en los hamman que visitó y en el harén del Sultán inspiró la obra de Ingres “El baño turco” (1862). Montagu los describe como lugares de mujeres, donde se protege su intimidad, y donde ellas cultivan la sensualidad con perfumes, sedas y conversación, y critica la visión sesgada de otros viajeros que describen estos espacios sin haber accedido nunca a ellos. Es cierto que ella se relaciona con las esposas y damas de clase alta, y esta no es la situación de esclavas y concubinas. Transmite en sus cartas que la situación de las damas inglesas es mucho peor que la de las turcas, quienes disponen de sus propios medios económicos y libertad para comprar, vender o viajar, también para heredar o recibir indemnización de sus esposos en caso de divorcio. Una situación que sólo disfrutarán las mujeres inglesas bien entrado el S. XIX. Expresa en sus cartas: “considero a estas damas las únicas personas libres del imperio”. Ella misma adopta el uso del doble velo o yashmah y la ferayé, una holgada túnica de amplias mangas, vestimenta que le permite moverse con libertad por las calles, bazares y mercados de la ciudad sin ser reconocida. 
 
En las cartas, redactadas entre 1716 y 1718, describe con riqueza de detalles las costumbres, religiones, situación política e impresiones personales sobre los lugares que visita, y hace uso de una continua ironía para distanciarse de los prejuicios sobre oriente, señalando las falsedades de otros relatos de viajes. Pero no sólo es literatura de viajes y observaciones agudas e irónicas sobre las costumbres de la cultura propia, en comparación con las aparentemente menos avanzadas. En una de esas cartas se relata el “remedio turco” contra la viruela.
 
La viruela, conocida en la antigüedad babilonia y egipcia, y presente al menos desde hace  3.500 años entre nosotros, según algunas publicaciones, era combatida por la civilización china en el S. X (hay referencias de una primera proliferación del virus Variola en China en el S.II) introduciendo en las fosas nasales de los niños sanos polvo de costras secas de pústulas de viruela como medida de prevención: “curar lo malo con el mal” es un principio desarrollado por la medicina tradicional china. En el S. XVI, la inoculación del virus de la viruela en miles de personas fue promovida por el emperador Kangxi de la dinastía Qing, con tasas de éxito muy altas, que detuvieron la propagación en el pueblo chino. Ambos métodos eran reconocidos como efectivos. En 1688 Rusia envió a sus médicos a China para que aprendieran estas técnicas. Voltaire señaló: “Hace más de 100 años, los chinos tenían esta costumbre (inoculación), por eso son considerados como un modelo ejemplar, que creó una de las naciones más ingeniosas y educadas del mundo”. 
 
La práctica de la inoculación del material purulento con agujas o “variolación” fue una práctica conocida también en Asia Menor y Turquía. La Historia de la Ciencia reconoce a Edward Jenner como el desarrollador de la vacuna en 1796 a partir del virus de la viruela en vacas, de ahí su nombre, pero casi 100 años antes, una mujer dio a conocer la efectividad de este método de prevención en la Europa occidental, a pesar del rechazo de los médicos y las críticas. 
 
 
La observación de la vida y las costumbres en Estambul. Los “injertos” o “el remedio turco” contra la viruela


 
Vale la pena reproducir los párrafos completos de la carta enviada a su amiga Sarah Chiswell, en respuesta a su preocupación por las noticias de una terrible propagación de la peste en el imperio otomano. Lady Mary le desmiente tal extremo, y sabedora de que es la propia Sarah la que padece la viruela, le relata el método utilizado para prevenir la terrible enfermedad. 
 
“Y hablando de indisposiciones voy a contarle algo que estoy segura la hará desear encontrarse aquí. La viruela, tan fatal y generalizada entre nosotros, es aquí por completo inocua gracias a la invención del injerto, que es el término con que lo nombran. Hay un grupo de ancianas que se ocupan de hacer la operación. En el mes de septiembre, con la llegada del otoño, cuando disminuyen los grandes calores, la gente trata de enterarse si alguien de su familia tiene la intención de enfermar de viruela. Forman grupos con ese fin y cuando por fin están organizados –en general, de quince a dieciséis personas-, viene la anciana con una cáscara de nuez llena de pus de la mejor viruela y entonces pregunta a la gente qué venas desean que les abra. De inmediato, abre aquella que le es ofrecida con una aguja enorme –no produce más dolor que un simple rasguño- e introduce en la vena tanto veneno como cabe en la punta de su aguja y después venda la pequeña herida con una cáscara hueca y así, de esta manera, abre cuatro o cinco venas. Los griegos tienen la superstición de abrir una en plena frente, en cada brazo y en el pecho para marcar la señal de la cruz, lo cual tiene un efecto malísimo, pues estas heridas dejan pequeñas cicatrices, cosa que evitan los que no son supersticiosos, quienes eligen hacérselas en las piernas o en aquellas partes de los brazos que permanecen ocultas. Los niños o los pacientes jóvenes juegan juntos el resto del día y gozan de perfecta salud hasta el octavo. Entonces comienza la fiebre que los obliga a guardar cama dos días, en contados casos hasta tres. Muy rara vez les salen más de veinte o treinta en la cara, que nunca dejan marcas, y al cabo de ocho días están tan bien como antes de caer enfermos. En el transcurso de la indisposición, allí donde recibieron la herida aparecen unas pústulas que, no me cabe duda sirven de alivio. Todos los años son miles quienes se someten a esta operación y el embajador francés dice con simpatía que aquí se toman la viruela como una diversión, igual que en otros países se toman las aguas. No hay ejemplo de nadie que haya muerto por ello, y puede creerme cuando le digo que estoy convencida de la seguridad del experimento, tanto que pienso en probarlo en mi hijo pequeño. Soy lo bastante patriota para tomarme la molestia de llevar esta útil invención a Inglaterra y tratar de imponerla y no dejaría de escribir a algunos de nuestros médicos para recomendarles el método si supiera que alguno de ellos dispondrá de la virtud necesaria para destruir una porción tan considerable de sus ingresos por el bien de la humanidad. Sin embargo, como esa indisposición les resulta en extremo beneficiosa harán objeto de todo su resentimiento al audaz que se proponga ponerle fin. Quizás, si vivo para regresar, yo tenga el valor de batallar con ellos.”
 
Carta XXXII (A Sarah Chiswell) Adrianópolis, 1 de abril de 1718
 
Su amiga Sarah morirá a causa de la viruela poco tiempo después. 
 
 
El “Real Experimento” de 1721.
 
En 1718, bajo la supervisión de Charles Maitland, médico de la familia, Mary Montagu inocula con éxito a su hijo y en abril de 1721, ya en Inglaterra, a su hija. En esta ocasión, Maitland vuelve a supervisar la operación, pero están presentes también la princesa de Gales y otros miembros de la corte, y Sir Hans Sloane, médico y presidente de la Royal Society. 
 
Tras el nuevo éxito y con el objetivo de obtener nuevas evidencias, Maitland recibe permiso para realizar el ensayo clínico. Mary Montagu y la princesa Carolina organizan el “Real Experimento”. El 9 de agosto de 1721 se inocula el virus a seis condenados a muerte (tres hombres y tres mujeres) que aceptan a cambio del perdón y la libertad. Y la lograron. Un nuevo ensayo se organiza con niños del hospicio de Wetsminster con idéntico resultado. Al año siguiente, son las hijas de la Princesa de Gales, Amelia y Carolina, las que son inoculadas. 
 
La práctica adquiere así credibilidad y se suceden en los años siguientes las noticias de que los diferentes monarcas europeos vacunan a sus hijos e hijas. Aunque la polémica y las críticas a estas mujeres promotoras del remedio turco no se hacen esperar.
 
 
Desafío a la profesión médica y a la Iglesia. La desconfianza hacia lo que llegaba de Oriente
 
Ni Galeno ni Hipócrates habían escrito sobre cómo tratar el mal y, a diferencia de la estrategia china y turca, en Europa se recomendaba “sudar lo malo” aislando al enfermo en una habitación a alta temperatura. Enfermar deliberadamente a un paciente sano era totalmente rechazable para los médicos de la época, y consideraron la costumbre de la inoculación defendida por Montagu, y el hecho de que hubiese tratado a sus propios hijos, como un ejemplo de malas prácticas. Además de una mala madre, “antinatural”, por haber arriesgado sus vidas con el método turco.
 
En 1719 aparecen panfletos hostiles al tratamiento de la viruela. Las autoridades médicas como Richard Mead, médico de moda y miembro de la Royal Society, que ingresaba al año en torno a 7.000 libras, no parecía muy dispuesto a recortar sus ingresos, como vaticinara Mary Montagu en su carta. John Woodward, miembro del Royal College of Physicians, naturalista y médico afamado atribuía el origen de la enfermedad a un exceso de sales biliares. Y, por lo general, preferían el método tradicional del sangrado y sudado para tratar a los infectados. 
 
Sin embargo, los ataques más furibundos provienen del reverendo Edmund Massey que calificaba esta práctica como contraria a los designios de Dios y una muestra de soberbia humana al pretender evadir el castigo divino. Peor aún le parecía al pastor Wagstaffe que “una experiencia hecha por mujeres ignorantes, de un pueblo analfabeto e irreflexivo, se introdujera en el Parlamento de una de las naciones más civilizadas” del mundo. Una nación que vio morir al 25% de la población, pero cuya iglesia rechazaba aplicar la “herejía musulmana”.
 
Y el propio Alexander Pope, amigo y admirador de Lady Mary, a quien ésta envía muchas de sus cartas desde Estambul relatando las costumbres y cultura del pueblo otomano, se convierte en su enemigo. Si bien no está claro el motivo, se refiere a su antigua querida amiga como la “Safo picada de viruelas”. 

 


La vacuna (de vaca) de la viruela
 
Casi 100 años después, la observación de una mujer ordeñadora de vacas, Sarah Nelmes, quien había acudido al médico en prácticas Edward Jenner a consultarle por unas pústulas, pone a este en la senda del perfeccionamiento de la práctica de la inoculación. Sarah, que había sufrido la enfermedad de la viruela de las vacas (la vaccinia, normalmente leve y poco común que puede causar pústulas en las manos de los humanos en contacto con ellas) le comenta al médico que no puede ser viruela porque ella ya ha sufrido la variante anterior. Jenner decidió probar la hipótesis e inoculó a James Phipps, de ocho años de edad, con materia de viruela vacuna, y éste se mantuvo sano. Había nacido la vacuna. Louis Pasteur lo convertiría en término genérico para todo proceso artificial de inmunización a través de la inoculación de versiones más debilitadas del virus causante de la enfermedad.
 
 

Y ahora la COVID-19
 
El CSIC anunció en marzo de 2020 que trabajaba en una vacuna para la COVID-19 a partir de la de la viruela, aunque no he encontrado más información sobre sus avances. Y el 8 de mayo, en rueda de prensa el DG de la OMS afirmó que la COVID-19, como la viruela, supone un desafío histórico para la salud pública, una prueba de la solidaridad mundial y una oportunidad para combatir una enfermedad, pero también para cambiar el rumbo de la salud mundial y crear un mundo más sano, seguro, y justo para todos. Eso esperamos. 
 
 
 
La viruela también en Canarias: 


 
 
Referencias:
-Lady Mary Wortly Montagu, Cartas desde Estambul. Edición de Victor Pallejá, Solvitur, e-book 
-Cristina Morató, Las damas de Oriente. Grandes viajeras por los países árabes. Plaza y Janés, 2019
-Margaret Alic, El Legado de Hipatia. Siglo XXI, 1991.
 
 







29 marzo 2020

¿Qué, cómo y para qué contar? Reflexiones filosóficas en tiempos del coronavirus








Tengo un amigo que, cuando enzarzados en un debate apasionado o polémico sobre cualquier tema, suele parar la conversación y decirme: define tal o cual concepto. Es la pausa necesaria para clarificar los matices semánticos, los límites y alcance de lo que se habla, las interpretaciones en juego. De esa manera explicitamos en la conversación el conjunto de supuestos, perspectivas o valores implicados, y el debate es fructífero. Definamos.

En los tiempos del coronavirus nos hemos acostumbrado rápidamente a despertarnos con las cifras oficiales de infectados y muertos. Y ya hemos asimilado todas las explicaciones de las proyecciones de la evolución de la pandemia, cuya base científica son las curvas resultantes de representar en una gráfica, gracias a las funciones matemáticas adecuadas, el número de afectados, de hospitalizados, en planta o en UCI, el número de fallecimientos y el de curados. El gráfico es de mayor calidad si situamos el momento del confinamiento de la ciudadanía y se calcula la evolución en función de los días que tarda el virus en instalarse en nuestros pulmones y ofrecer los ya conocidos síntomas con mayor o menor gravedad según edad, sexo o estado del sistema inmune. Nos explican por qué la necesidad de “aplanar la curva” a efectos de evitar el colapso del sistema de salud. La urgencia por situar el “pico de la curva” en un día concreto cuando se alcance ese temido dato numérico que significaría también, de forma esperanzada, el comienzo de la solución del problema. Y nos ofrecen comparativas con otros países, lo cual no nos sirvió para apresurarnos a actuar cuando asistíamos incrédulos a las imágenes de China o Italia, pero que parecen querernos decir: ¡ojo! ¡que otros están peor! O: ¡vaya! Pero, ¿por qué nuestro país está tan mal en comparación con otros? Y, ¡sorpresa! Es algo que está aún por confirmar, pero parece que hay indicios suficientes de que nuestros amigos europeos han decidido representar en sus gráficas los datos recogidos según diferentes criterios. ¿Cómo? ¿Es que esto se puede decidir? ¿No hay un mismo criterio para contar a nuestros muertos? Y caemos en la cuenta de que hemos sido ingenuos al pensar que estábamos todos en el mismo barco. 

18 junio 2019

Invisibles. Mujeres y Conocimiento



En los enlaces se pueden visitar las páginas web de estas dos exposiciones que he comisariado. Programadas en la Biblioteca General y de Humanidades de la Universidad de La Laguna durante este curso 2018-2019. 


Exposición Invisibles. Mujeres y Conocimiento





La recuperación historiográfica de las contribuciones de las mujeres a los conocimientos constituye desde hace décadas un ámbito disciplinar con amplia producción. Tras la pregunta ¿por qué tan pocas? surge la necesidad de revisitar las fuentes, y el canon. Una historiografía positivista que listaba a los grandes genios y sus descubrimientos deja paso a las reconstrucciones contextualizadas, que atienden a las diferentes prácticas epistémicas, todas relevantes en el proceso de construcción del conocimiento: la observación detenida, las prácticas de laboratorio, la ilustración, el cálculo paciente y el desarrollo teórico creativo, y estas llevan también nombre de mujer.
Reconstrucciones que atienden también a las ideas sobre la incapacidad intelectual de las mujeres provenientes no sólo de prejuicios establecidos desde el mito y la biología en el mundo antiguo, sino de teorías médicas y biológicas que se utilizan hasta fechas recientes para reforzar esos prejuicios y estereotipos y dotarles de “base científica”. Que atienden también a las condiciones de vida de las mujeres en sociedad, relegadas al espacio de lo privado, con prohibiciones explícitas para acceder a la educación reglada igualitaria, a las sociedades científicas o las universidades hasta bien entrado el S. XIX.

Para hacer visibles a las mujeres en la historia de la ciencia es necesaria una doble tarea: repensar la propia historia de la ciencia y los modelos utilizados para su reconstrucción, y ser conscientes de los obstáculos impuestos a las mujeres al ser definidas como inferiores. Estereotipos que actúan como verdaderos mecanismos de cancelación de la autoría y de la autoridad científica de las mujeres.





Presentación: En 1818 Mary Shelley, con su novela Frankenstein o el moderno Prometeo, creó un monstruo inmortal y una de las obras literarias más influyentes de todos los tiempos. Este año, por tanto, se cumplen 200 años de la publicación de la novela que generó uno de los grandes mitos de la modernidad. Su mensaje ha sido trasladado en incontables ocasiones al teatro, el cine, a la televisión o al cómic. Ello ha propiciado que esta narración se haya convertido en todo un referente estético, ideológico y filosófico con una densa historia, así como un significativo protagonismo en el presente. Desde su publicación, este relato ha calado tan hondo en el imaginario colectivo que los temas que la obra plantea se han vinculados tanto a la historia de la ciencia como al desarrollo de algunas tradiciones filosóficas y artísticas. Frankenstein así se ha convertido en metáfora del científico que trata de librarse de las sinrazones de la religión, pero también en un símbolo de las ambiguas relaciones del hombre con sus creaciones tecnológicas. El problema de lo artificial frente a lo natural es otro de los grandes dilemas que genera esta narración. Además, la creación de un hombre artificial surge de la necesidad del ser humano de preguntarse por su propia naturaleza. Pero por encima de estas y otras muchas temáticas se impone la reflexión sobre la conexión entre el progreso de la tecnociencia y las repercusiones éticas, antropológicas, políticas y medioambientales de sus aplicaciones. Se hace imprescindible, entonces, revisar las conexiones entre el moderno Prometeo creado por Mary Shelley en el Romanticismo y algunos de los debates del presente: la ingeniería genética, la criogenización, la robótica, las tecnologías de la información, la inteligencia artificial, las corrientes post-humanistas… Pese al tiempo trascurrido desde su publicación el mensaje de esta novela no ha perdido vigencia. Muy al contrario, tanto en laboratorios como en instituciones políticas y universidades, el “debate frankensteniano” se encuentra de plena actualidad. Se hace cada vez más evidente el positivo desarrollo de la tecnociencia y sus aplicaciones prácticas. Pero junto a ello se hace necesario tanto el debate sobre los usos tecnológicos de manera responsable y sostenible como el de su relación con los Derechos Humanos, los Derechos de los Animales y el respeto al medio ambiente.

29 septiembre 2018

Mary Shelley, 200 años de Frankenstein

Las mujeres y el monstruo. Filosofía, ciencia y género a propósito de Frankenstein

 
Mary Shelley
I dream of a new age of curiosity. We have the 
technical means for it; the desire is there; 
the thing to know are infinite; the people who can 
employ themselves at this task exist. Why we do  suffer?
M. Foucault, “The Masked Philosopher”


1. Monstruos sin nombre  

“Una desapacible noche de noviembre contemplé el final de mis esfuerzos. Con una ansiedad rayana en la agonía, coloqué a mi alrededor los instrumentos que me iban a permitir infundir un hálito de vida a la cosa inerte que yacía a mis pies. Era ya la una de la madrugada; la lluvia golpeaba las ventanas sombríamente, y la vela casi se había consumido, cuando, a la mortecina luz de la llama vi cómo la criatura abría sus ojos amarillentos y apagados. Respiró profundamente y un movimiento convulsivo sacudió su cuerpo”1

Así comenzaba el relato ideado por Mary W. Shelley para participar en el reto lanzado por Lord Byron a las amistades reunidas en la mansión al borde del lago en Ginebra que sería testigo de las entretenidas noches de conversación sobre los más recientes avances en la Filosofía Natural, en el desapacible y tormentoso verano de 1816.

Que una mujer joven, con tan sólo 18 años de edad, ideara una de las novelas más míticas de nuestra cultura, suele sorprender. Que la misma girara sobre uno de los temas más apasionantes de la Filosofía Natural, el principio de la vida y la capacidad de los seres humanos, gracias a los avances de la ciencia y tecnología, de crear nueva vida, y las consecuencias de no hacernos cargo de forma responsable de nuestras creaciones, sorprende aún más. Como destaca Anne Mellor:

“Frankenstein is our culture’s most penetrating literary analysis of the psychology of modern “scientific” man, of the dangers inherent in scientific research, and of the horrifying but predictable consequences of an uncontrolled technological exploitation of nature and the female” (Mellor, 2003:9).


La obra, Frankenstein o el moderno Prometeo, aparece publicada por primera vez en enero de 1818, de forma anónima, con una dedicatoria a W. Godwin y una presentación de Percy B. Shelley, lo que hizo que muchas personas atribuyeran a él la autoría, y son incontables los estudios publicados que señalan los añadidos o correcciones que Percy hiciera al relato original durante la preparación de la edición. Pero la autora, oculta, no era otra que Mary W. G. Shelley, hija de la filósofa y escritora Mary Wollstonecraft, autora de la Vindicación de los derechos de las mujeres (1792) y del filósofo político William Godwin. 

 
Frankenstein, manuscrito



Edición de 1831

La invisibilización de las mujeres autoras es una constante en nuestra cultura. Recorrer los argumentos de todas las grandes figuras que teorizaron sobre la inferioridad mental de las mujeres, sobre el desarrollo imperfecto de sus capacidades cognitivas o sobre la imposibilidad del “genio” en una mente del sexo femenino, excede los objetivos de este texto. Sin embargo, sí destacaré más adelante que, si bien estos eran los argumentos provenientes de la tradición mítica, filosófica y de las religiones, lo novedoso en el final del S. XVIII y durante todo el S. XIX, es que los argumentos provendrán de la propia ciencia. Los prejuicios se filtran y acaban dando forma a los presupuestos aparentemente neutrales de una ciencia que sitúa su autoridad en el uso de un método basado en la observación de la naturaleza y la argumentación racional.            

Que la obra se publique de forma anónima, ocultando el nombre de la autora, en una sociedad “monstruosa” plagada de prejuicios contra las mujeres y que el propio monstruo, al que el Doctor Víctor Frankenstein da vida, no tenga nombre, es una situación narrativa a la que no podemos resistirnos. Y si tras la lectura de la obra, dudamos acerca de a quien llamar realmente monstruo, menos aún.

Para algunos críticos, conocer que la autora de la novela era una mujer, sólo merecía un comentario acerca de la obra:

“El autor es, tenemos entendido, una mujer; eso supone un agravante de lo que es el mayor error de la novela; pero si la autora puede olvidarse de la delicadeza de su sexo, no hay razones para que nosotros la recordemos; y por tanto despacharemos esta novela sin más comentario”2

La obra, en la interpretación que seguiré aquí, es un maravilloso tratado, en formato literario, sobre nuestros monstruos, los de una sociedad androcéntrica, que excluye a las mujeres de la educación y de la vida pública recluyéndolas al ámbito de lo doméstico, en el que ni siquiera disponen de una habitación propia, y en la que cualquier comportamiento extraño a los códigos de la estricta moral es catalogado de indecente y supone el rechazo social. Los monstruos generados por la concepción de una ciencia y tecnología que no se hace cargo, como sería su responsabilidad, de las consecuencias e impacto de sus avances, lo cual dota a la obra de una renovada actualidad. Y los monstruos generados por nosotros mismos cuando tratamos a los otros como tales por su apariencia, por ser diferentes, algo de lo que no escapan tampoco las mujeres en el S. XIX.

A los monstruos debemos ponerle nombre, sólo así somos capaces de identificarlos, de hacerlos visibles.


Mary Shelley

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Así comienza el texto que he preparado para Frankenstein 200, aparecerá publicado en breve en Frankenstein. Ed. Berenice, 2018.




Según ella misma lo relata, y a instancias de Percy B. Shelley, su marido y editor de la primera edición de Frankenstein, o el moderno Prometeo, escribió con posterioridad los capítulos iniciales, tal como fueron publicados la primera vez en 1818. Seguiré esta edición de 1818, y no la versión posterior de 1831, que suele ser más utilizada. Todas las referencias bibliográficas al texto son de la edición en castellano preparada por Isabel Burdiel para la Editorial Cátedra y que ha tenido varias reediciones. He utilizado la del año 2012.
2 Así se expresaba un crítico, conocedor de la autoría de Mary W. Shelley en la nota incluida en el British Critic bajo el título “Crítica de Frankenstein” en 1818. 

10 junio 2016

Género y tecnologías. Ciberfeminismos y construcción de la tecnocultura actual


Revista Iberoamericana de CTS. OEI


Presentación Dossier especial Ciencia, Tecnología y Género


Género y tecnologías. Ciberfeminismos y construcción de la tecnocultura actual


Inmaculada Perdomo Reyes

La ceguera de género ha sido común en los estudios teóricos sobre las tecnologías y ello ha implicado la invisibilización de muchos de los aspectos que nos interesa ahora resaltar, en especial cuando han contribuido a la reproducción o persistencia de los estereotipos de género en nuestras relaciones con la tecnología. Los debates actuales del tecnofeminismo y el ciberfeminismo exigen tener mucho más presente el rol de los sujetos en los procesos de generación de conocimientos y las dinámicas de exclusión o desautorización en la práctica científico-tecnológica actual. Superar la injusticia epistémica, construir nuevas narrativas y universos simbólicos plurales e identificar las claves de una acción política transformadora en el mundo poshumano que se avista, son tareas que aborda el ciberfeminismo actual.

Palabras clave: tecnologías, género, ciberfeminismo, tecnocultura

13 abril 2016

Mujeres que ocultan la Luna. Mujeres que conocen.

Mujeres que ocultan la Luna, mujeres que conocen.

(Texto incluído en el catálogo de la exposición Centaurides de Alfonso García)








I

¿Conoces a las mujeres de Tesalia? ¿Aquellas que eran capaces de ocultar la Luna?
Cuenta el mito que las centáurides habitaban en las montañas de Tesalia. Blancas mujeres centauros imaginadas por el retórico Filóstrato y por el poeta Ovidio en su Metamorfosis. Seres extraordinarios que miran al cielo para determinar sus destinos. Destino de muerte por amor el de la soñadora Hylonome, cuando Cyllarus viaja a las estrellas.

03 mayo 2015

Epistemología, Ciberespacio y Género


Fuente: Internet
Conferencia impartida en el Seminario Humanidades digitales el 28 de abril de 2015. Disponible en ULLmedia

Releo estos días a Feyerabend para preparar otra conferencia e inevitablemente los textos, las ideas, convergen. Como si fuera tomando vida propia y por encima de mis esfuerzos por dotar de una estructura lógica y racional al texto, donde cada parte y argumento suponga una profundización o derivación de lo anterior, el anarquismo hace presencia. Las ideas se yuxtaponen, nuevas búsquedas de información me llevan a tirar de otros hilos y nuevas conexiones inesperadas surgen. Y las palabras de Feyerabend vuelven a atraparme y me arrastran: “la ciencia es una empresa esencialmente anarquista, el anarquismo teórico es más humanista y más adecuado para estimular el progreso que sus alternativas basadas en la ley y en el orden” (Contra el Método (1975), 2007, 1). 

El laberinto de interacciones que trazan los tres conceptos: Epistemología, Ciberespacio y Género es imposible de abordar con las ingenuas y lineales leyes o pautas de una razón que busque establecer respuestas definitivas o bien delimitadas. La comprensión quedaría restringida, el lenguaje yerto y la imaginación atenazada. Solo quebrando las reglas metodológicas, infringiendo la norma, imaginando otros mundos, es posible avanzar. Cuando eliminamos del lenguaje, dice Feyerabend, aquellos significados profundos pero ya putrefactos que ha ido acumulando a lo largo de los siglos, como el de la búsqueda de la verdad, la idea de un método fijo o una teoría fija de la racionalidad, advertimos que el conocimiento no consiste en un acercamiento gradual a la verdad, por el contrario, es un océano, siempre en aumento, de alternativas incompatibles entre sí. (CM, 14) Y continúa: “expertos y profanos, profesionales y diletantes, forjadores de utopías y mentirosos, todos ellos están invitados a participar en el debate y a contribuir al enriquecimiento de la cultura” (CM,15).